lunes, 6 de octubre de 2014

Conversión de Roy H. Schoeman



Era un judío hasídico, pero vivía mundanamente. En un sueño, la Virgen María respondió sus preguntas

Roy H. Schoeman es un ingeniero informático de origen judío ortodoxo que ha contado su asombrosa conversión al catolicismo en diversas ocasiones. Hoy comparte su testimonio y su visión de cómo el cristianismo completa la revelación hebrea. Publicamos aquí su testimonio prácticamente tal como aparece en la web «Primera Luz», y puede encontrarse más detallado en inglés en su propia web Salvationisfromthejews.com.

Tomado de Infocatólica 14-10-05

(Carifilii/InfoCatólica) «Crecí como judío en un barrio de clase media en la ciudad de Nueva York, hijo de refugiados judíos que habían huido de Alemania a los inicios del régimen de Hitler.
Mis padres eran activos en la congregación judía conservadora local, y para el promedio americano, tuve una educación judía bastante religiosa. Asistí a estudios de religión después de la escuela, desde el primer grado hasta que llegué a la universidad. Tuve mi Bar Mitzvah, y con frecuencia, aunque no siempre, asistía a los servicios del Sabbath y a las fiestas religiosas judías.

Rabinos místicos

Crecí en contacto con rabinos extraordinarios que Dios me dio para mi formación religiosa, y hasta tuve que debatir si yo tenía vocación religiosa.
El verano al final de mis estudios secundarios, antes de comenzar la universidad, lo pasé viajando por todo Israel, con un rabino hasídico carismático y místico, el rabino Shlomó Carlebach, que todas las noches ofrecía un concierto, que era en realidad una estática sesión de alabanza hasídica.
Por un tiempo pensé quedarme en Israel para estudiar en alguna de las yeshivas (escuelas de religión) ultra ortodoxas que allí existen y que constituyen lo más cercano del judaísmo a la «vida religiosa», pero regresé para iniciar mis estudios en MIT, Massachusetts Institue of Technology, en matemáticas e informática.

Universidad sin fe ni pureza

En la universidad traté de preservar mi fervor religioso, y me mantuve activo en una congregación hasídica local, pero pronto caí en la moral y mentalidad más típica de MIT. Existe una estrecha relación entre la pureza de mente y de conducta, y la intimidad con Dios. Aunque al principio Él no sea estricto en sus reglas, más tarde o más temprano, no puede esperarse que se mantenga la intimidad, si no se juega según sus reglas. A medida que abandoné sus reglas, perdí la intimidad con Él.
Al final de la universidad, el placer de la oración no era más que una memoria abstracta, y me había imbuido en los caminos del mundo. Después de algunos años diseñando sistemas de ordenadores, decidí asistir a la Escuela de Negocios de Harvard para estudiar una maestría en Administración de Empresas (MBA). Como resultado de un trabajo excepcional, se me invitó a formar parte de la facultad, a la vez que continuaba mis estudios hacia un doctorado, en preparación a una carrera en la enseñanza universitaria.

Éxito mundano, vacío interior

Al perder contacto con Dios, también perdí el sentido de propósito y dirección en mi vida. Yo seleccionaba el sendero de menor resistencia, que, a los ojos del mundo, constituía el éxito. Estar en la facultad de la Escuela de Negocios de Harvard a los treinta años era casi un éxito.
Sin embargo, a medida que completaba cada meta, me enfrentaba a un sentimiento cada vez más profundo de vacío, de falta de sentido en los éxitos. Ya para ese entonces, después de unos cuatro años enseñando en Harvard, me sentía deprimido interiormente y con una gran falta de sentido en mi vida, rayando en la desesperación.
Yo no era el único que me sentía así. Un colega en la facultad me confió que, al día siguiente del día en que su cátedra se convirtió permanente, después de una década de esfuerzos, casi renunció, abrumado por el sentimiento de vacío y la falta de sentido en todo por lo tanto había luchado.
Hacía mucho tiempo que había abandonado la vida de oración y mi consuelo mayor durante este periodo consistía en largas caminatas solitarias entre la naturaleza. Fue en una de estas caminatas que recibí una de las gracias más singulares de mi vida.

Una experiencia ante Dios

Era temprano en una mañana a principios de junio, junto al mar en Cape Cod, en las dunas entre Provincetown y Truro, solitario, junto a las aves que cantaban antes de que el resto del mundo despertara, cuando, por falta de mejores palabras, «caí en el cielo».
Me sentí, casi consciente y físicamente, en la presencia de Dios. Vi pasar mi vida frente a mí, viéndola como si estuviera repasándola en la presencia de Dios después de la muerte.
Vi todo lo que me agradaría y todo lo que me pesaría. Me di cuenta, en un instante, de que el significado y el propósito de mi vida era amar y servir a mi Señor y Dios.
Vi cómo Su amor me rodeaba y me sostenía en cada momento de mi existencia. Vi cómo todo lo que hacía tenía un contenido moral, para bien o para mal, y cómo todo contaba mucho más de lo que jamás pude imaginar.
Vi cómo todo lo que me había acontecido en mi vida había sido lo más perfecto que podía haberse preparado para mi bien, por un Dios que era todo bueno, todo amor, y especialmente aquellas cosas que me habían causado más sufrimiento cuando sucedieron.
Vi que los dos pesares mayores al momento de mi muerte serían, todo el tiempo y la energía desperdiciada preocupándome porque nadie me quería, cuando en cada momento de mi existencia me encontraba en medio del inimaginable, inmenso mar del amor de Dios; y cada una de las horas desperdiciadas, sin hacer nada de valor a los ojos de Dios.
La respuesta a cualquier pregunta que me surgía era respondida instantáneamente. Es más, no podía preguntarme nada sin que ya no supiera la respuesta, con una excepción de gran importancia: el nombre del Dios que se me revelaba como el significado y propósito de mi vida. No pensaba en él como el Dios del Viejo Testamento, a quien llevaba en mi imaginación desde mi infancia.

Dios, ¿cómo te llamas? ¡Que no sea Jesús!

Oré para que Dios me revelara su nombre, para saber qué religión debía seguir, para poder adorarlo debidamente. Recuerdo haber rezado diciendo: «Permíteme conocer tu nombre. No me importa si eres Buda, y tengo que hacerme budista; no me importa si eres Apolo, y tengo que convertirme en un pagano romano; no me importa si eres Krishna y tengo que convertirme en Hindú;¡mientras que no seas Cristo y ¡tenga que volverme cristiano!».
Esta profunda resistencia al cristianismo se basaba en un sentimiento de que el cristianismo era el «enemigo», la perversión del judaísmo que había sido la fuente de dos mil años de sufrimiento para los judíos. Dios, que se había revelado a mí en la playa, también había escuchado mi rechazo de conocerlo, y había respetado mi decisión. De modo que no recibí respuesta alguna a mi pregunta.
Volví a mi casa en Cambridge y a mi vida ordinaria. Sin embargo, todo había cambiado. Pasaba todas mis horas libres en búsqueda de este Dios, en silencio en medio de la naturaleza, leyendo, y preguntando a otros sobre estas experiencias místicas.
Como me encontraba en Cambridge, en la década de 1980, era inevitable el seguir algunas de las sendas de la Nueva Era, y terminaba leyendo mayormente escritos espirituales hindúes y budistas.

Una santa española

Sin embargo, un día, caminando en la plaza de Harvard, me llamó la atención la cubierta de un libro en la vitrina de una tienda. Sin saber nada del libro, ni de su autor, compré El castillo interior de Santa Teresa de Ávila. Lo devoré, encontrando un gran alimento espiritual en su interior, pero todavía no creía en las alegaciones del cristianismo.
Continué en esta trayectoria ecléctica, indiscriminatoria, por exactamente un año. El día exacto en que se cumplió un año de mi experiencia en la playa, recibí la segunda gracia extraordinaria de mi vida.
Admito con franqueza que, en todos los aspectos exteriores, lo que sucedió fue un sueño. No obstante, cuando me quedé dormido sabía muy poco del cristianismo y no tenía ninguna simpatía especial por él ni por ninguno de sus aspectos. Sin embargo, cuando desperté, me sentía completamente enamorado de la Santísima Virgen María, y no deseaba más nada que volverme tan totalmente cristiano como pudiera.

Entrevista con la joven más bella

En el sueño, fui conducido a una habitación y se me concedió una audiencia con la joven más bella que jamás podía haber imaginado. Sin mediar palabra, sabía que era la Santísima Virgen María. Ella estuvo de acuerdo en contestar cualquier pregunta que le hiciera, y recuerdo que me encontraba allí, barajando varias posibles preguntas en mi mente, y haciéndole cuatro o cinco de ellas. Me las contestó, y entonces me habló por varios minutos, y entonces terminó la audiencia.
Mi experiencia de lo sucedido, y mis recuerdos, son de algo sucedido completamente despierto. Recuerdo todos los detalles, incluyendo naturalmente, las preguntas y las respuestas, pero todo palidece en comparación al aspecto más importante de esta experiencia: el éxtasis de estar en su presencia, en la pureza e intensidad de su amor.
Cuando desperté, como ya mencioné, me sentía completamente enamorado de la Santísima Virgen María y sabía que el Dios que se me había revelado en la playa era Cristo. Todavía no sabía casi nada del cristianismo ni tenía idea de la diferencia entre protestantes y católicos.
Mi primera incursión en el cristianismo fue en una iglesia protestante, pero cuando toqué el tema de María con el pastor, su rechazo me hizo decir: «¡me voy de aquí!».

Deseo de comulgar


Mientras tanto, mi amor por María me inspiraba a pasar el tiempo en santuarios marianos, especialmente los de Nuestra Señora de La Salette (en el de Ipswich, Massachusetts, y en el de la aparición original, en los Alpes franceses) . Me encontré, sin anticiparlo, con frecuencia presente en misas, y aunque todavía no creía en la iglesia católica, sentía un intenso deseo de recibir la Comunión.
Cuando me acerqué por primera vez a un sacerdote y le pedí que me bautizara, todavía no tenía ninguna creencia católica. 
—¿Por qué quieres ser bautizado? 
—¡Porque quiero recibir la Comunión y ustedes no me dejan, si no estoy bautizado! —le contesté molesto.
 Pensé que me agarraría de la oreja y me echaría de allí; pero por el contrario, me dijo: ¡Ajá, ése es el Espíritu Santo, que está trabajando en ti!»

María y la Eucaristía, una brújula

Todavía tuve que esperar varios años y madurar en mi fe antes del bautismo, pero mi amor a María y mi sed por la Eucaristía me guiaron, como una brújula, hacia mi meta. Le estoy infinitamente agradecido a Dios por mi conversión y les estoy infinitamente agradecido por las personas que ha puesto en mi camino».

Laus Deo Virginique matri

miércoles, 9 de julio de 2014

Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá

utor: . | Fuente: Archidiócesis de Madrid 

De catholic.net
 
Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá
Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá

Patrona de Colombia

Durante siglos, el pueblo colombiano da gloria a Dios por medio de su Madre la Santísima Virgen María bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario de Chinquinquirá.

Es este uno de los más importantes y frecuentados santuarios de Colombia. La Virgen está representada en un lienzo, con el Niño en brazos y, como parece lógico, con el Santo Rosario en la mano.

La tradición nos cuenta que hace cuatro siglos don Antonio de Santana, encomendero de los pueblos de Suta y Chiquinquirá, solicitó al español Alonso de Narváez (h. 1560) que pintara una imagen de la Virgen del Rosario, para colocarla en una pequeña capilla.

La pintura fue realizada sobre una tela de algodón de procedencia indígena, media 44 pulgadas de alto por 49 de ancho, Alonso de Narváez usó colores al temple, realizó una imagen de la Virgen del Rosario con el Niño Jesús, y a los lados puso al Apóstol San Andrés y a San Antonio de Padua.

El cuadro fue ubicado en la capilla que poseía don Antonio en sus aposentos de Suta, estuvo allí durante más de una década, pero la capilla tenía el techo de paja, lo que provoco que la humedad deteriorara la pintura hasta dejarla completamente borrosa.

Tras la muerte de Santana, su viuda, se trasladó a Chiquinquirá, hacia el año 1577-78. La imagen fue llevada a ese lugar, pero se encontraba en tan mal estado que fue abandonada en un cuarto, habitación que tiempo atrás había sido usada como oratorio.

Al comenzar el año 1586, se estableció en Chiquinquirá, una piadosa mujer, María Ramos, nacida en Sevilla (España), la señora reparó el viejo oratorio y colgó en el mejor lugar de la capilla, la deteriorada pintura de la Virgen del Rosario.

El día 26 de diciembre de 1586, María salía de la capilla, cuando pasó frente a ella una mujer indígena llamada Isabel y su pequeño hijo. En ese momento Isabel grito a María «mire, mire Señora...». Ella dirigió la mirada hacia la pintura, la imagen aparecía rodeada de vivos resplandores, prodigiosamente los colores y su brillo original habían reaparecido, los rasguños y agujeros de la tela habían desaparecido. Con tan maravilloso suceso se inició la devoción a Nuestra Señora de Chiquinquirá.

jueves, 26 de junio de 2014

Beata Laura Vicuña Pino (1891-1904)

Una niña que encontró a Jesús y da la vida por la conversión de su madre
Fiesta 22 de enero

Sus amores: Jesús Sacramentado y María Auxiliadora. Es criada en la espiritualidad Salesiana.

Imitadora de las virtudes Domingo Savio (1842-1857, canonizado por Pío XII en 1954), a quien se parece en su amor puro a Jesús y a la Virgen. Adoptó el lema del joven «Antes morir que pecar» Murió joven como él. 

Nació en Santiago, Chile, el 5 de abril de 1891. Su padre, Don José Domingo Vicuña, pertenecía a una familia de la aristocracia criolla chilena, de gran influencia política y alto nivel social. Su madre, Doña Mercedes del Pino, era de una familia humilde. Esta diferencia causa tensión familiar desde el principio.

Hay revolución en Chile, la familia está con el Gobierno y debe huir de la capital y refugiarse a 500 km. Pronto su padre muere y queda su madre con dos niñas, Laura, de dos años, y Julia Amanda recién nacida. Emigran a la Argentina. El viaje es muy difícil y Doña Mercedes no tiene donde estar. Se junta en unión libre con Manuel Mora. En 1900 Laura es internada en el colegio de las Hermanas Salesianas de María Auxiliadora en Junín de los Andes. Pronto destaca por su devoción. Sueña con ser religiosa.

Cuando escucha de una maestra que a Dios le disgustan mucho los que conviven sin casarse, la niña cae desmayada de espanto. En la próxima clase, cuando la maestra  habla otra vez de unión libre, la niña empieza a palidecer. Laurita, a su tierna edad, se duele muchísimo cuando Dios es ofendido. Ahora comprende la situación en que está su madre. Lejos de resentirse contra ella, decide entregar su vida a Dios por su salvación.

Laura comunica el plan al confesor, el adre Crestanello, salesiano. Él le dice: 

—Mira que eso es muy serio. Dios puede aceptarte tu propuesta y te puede llegar la muerte muy pronto. 

Ella está resuelta en su ofrenda. Recibe la comunión a los diez años. Ese día se ofrece a Dios y es admitida como Hija de María.

En casa, Mora trata de manchar la virtud de Laura pero ella se resiste, por lo que es echada de la casa, a dormir a la intemperie. Después de esto, Mora no quiere pagarle la escuela pero las hermanas la aceptan gratuitamente. Un día, cuando la niña vuelve a casa, Mora le da a Laura una paliza salvaje.  


Hay una inundación en la escuela en pleno invierno. Laura pasa muchas horas con los pies en el agua helada, ayudando a salvar a las más pequeñas. Cae enferma de los riñones con grandes dolores. La madre se la lleva a su casa pero no se recupera.


Laura le dice a su madre: 

—mamá, la muerte está cerca, yo misma se la he pedido a Jesús. Le he ofrecido mi vida por ti, para que regreses a Él.

Le pide que abandone a Mora y se convierta. Ella le promete cumplir su deseo. Sigue orando y ofreciendo sus sufrimientos intensos por su madre. 

—Señor, que yo sufra todo lo que a Ti te parezca bien, pero que mi madre se convierta y se salve.

Entra en agonía y dice: 

—Mamá, desde hace dos años ofrecí mi vida a Dios en sacrificio para obtener que tu no vivas más en unión libre. Que te separes de ese hombre y vivas santamente. Mamá, ¿antes de morir tendré la alegría de que te arrepientas, y le pidas perdón a Dios y empieces a vivir santamente?


—¡Ay hija mía! —Exclama doña Mercedes llorando—, ¿entonces yo soy la causa de tu enfermedad y de tu muerte? Pobre de mí ¡Oh Laurita, qué amor tan grande has tenido hacia mí! Te lo juro ahora mismo. Desde hoy ya nunca volveré a vivir con ese hombre. Dios es testigo de mi promesa. Estoy arrepentida. Desde hoy cambiará mi vida.

Laura manda llamar al Padre Confesor.

—Padre, mi mamá promete solemnemente a Dios abandonar desde hoy mismo a aquel hombre. —Madre e hija se abrazan llorando.

Desde aquel momento el rostro de Laura se torna sereno y alegre. Ha cumplido su misión en la tierra. Ha sido instrumento fiel de la Divina Misericordia. Ha triunfado el amor. Recibe la unción de los enfermos y el viático. Besa repetidamente el crucifijo. A su amiga que reza junto a ella le dice:

—¡Que contenta se siente el alma a la hora de la muerte, cuando se ama a Jesucristo y a María Santísima!

Lanza una última mirada a la imagen de la Virgen que está frente a su cama y exclama:

—Gracias, Jesús, gracias Marí.

Muere dulcemente. Era el 22 de enero de 1904. 

La madre tuvo que cambiarse de nombre y salir disfrazada de aquella región para verse libre del hombre que la perseguía. Y el resto de su vida llevó una vida santa.

Laura Vicuña ha hecho muchos milagros.


El Papa Juan Pablo II la declaró Beata en 1988.

Sus restos están en el Colegio María Auxiliadora de Bahía Blanca Argentina.


ORACION

Señor Jesús: Tú que concediste a Laura Vicuña la gracia de ofrecer su vida por la salvación del alma de su propia madre, concédenos también a todos nosotros la gracia de obtener buenas obras, la conversión y salvación de muchos pecadores. Amén.

Tomada de www.corazones.0rg